El amor es uno de los sentimientos más particulares. Actúa silenciosamente como una suerte de directriz, detrás de muchas de las acciones que llevamos a cabo día a día. Pero sobre todo es flexible: uno puede amar personas, animales, objetos, lugares; y por qué no, también a un deporte. El caso de Pedro Antonio Maidana así lo demuestra: solo unos minutos de conversación con él son suficientes para darse cuenta de que ama el fútbol.
Nacido en Simoca pero asentado en Tafí Viejo desde hace tiempo, tuvo una carrera fugaz como arquero, pasando por distintos equipos de la provincia. Pinta casas desde hace medio siglo, cumplió 77 años y reconoce que él fútbol se encargó de darle sentido a su vida.
Antonio siempre soñó con jugar en Atlético. “Cuando tenía 15 años, el arquero de la Primera, que era Roberto Ponce, me vio atajando en un partido en Tafí Viejo. Se acercó a hablar conmigo y me invitó a que hiciera unas pruebas en el club”, recuerda con nostalgia.
En aquel tiempo “Simoqueño”, como ha sido apodado en su juventud, vivió unas semanas de ensueño entrenándose junto al primer equipo. Luego de varias prácticas, le llegó su oportunidad. “El club necesitaba un arquero porque el titular no iba a seguir jugando. Se me acercaron unos dirigentes y me preguntaron qué quería a cambio de mi firma. Lo único que les pedí fue una bicicleta, nada más”. Pero Maidana nunca pudo cerrar su acuerdo con el “decano”.
Un corte en su mano izquierda, producto de un botellazo, lapidó el sueño adolescente. “Me acuerdo que quise dejar de jugar al fútbol por la frustración que tenía”, se lamenta.
Sin embargo, recibió el llamado de Talleres de Tafí Viejo y aceptó volver a las canchas. En ese club atajó hasta los 26 años; y guarda de esa época sus recuerdos más preciados como futbolista. “Yo era rápido y me gustaba atajar penales. Tenía el estilo de Sergio ‘Chiquito’ Romero. Cuando lo veo jugar me corren las lágrimas, me hace acordar a mi juventud”, se sincera entre lágrimas.
El amor es volátil y, por momentos, suele aventurar a lugares inesperados a quienes lo sienten. Fue lo que le ocurrió a Maidana que, luego de años de jugar en Talleres, tuvo un desencuentro con la directiva e intentó desembarcar en otro club de la ciudad. “Pasado el tiempo quise irme a Juventud Unida de Tafí Viejo. Talleres pidió tres jugadores a cambio de mi pase y no me dejaron ir. Yo me enojé y me fui del club. Tomé la decisión de abandonar el fútbol, ya no tenía ganas de jugar. Ahí me dí cuenta de que quería ser hincha de Juventud”, sentencia.
En ese preciso momento, hace casi 50 años, Antonio encontró su último amor. No fue un flechazo a primera vista ni tampoco tan correspondido debido a la cercanía geográfica con su club anterior. Pero fue, sin dudas, el más leal de todos. “Allí conocí muchísima gente, Juventud es como si fuera mi casa. Salgo corriendo del trabajo para ver los entrenamientos, voy a todos los partidos. Si alguien me busca, ya sabe dónde me puede encontrar”, asiente con seguridad el ex arquero, como si hubiese descubierto su lugar en el mundo.
Incluso en el deporte, el amor es brindado sin esperar nada a cambio. “Simoqueño” trabaja ad honorem en el club: “trato de colaborar realizando masajes a los jugadores, preparo medicamentos, marco la cancha… hago todo lo que pueda ayudar. Lo hago porque me pone contento, el fútbol me da vida”, resalta.
Hoy, gracias al fútbol, Antonio está feliz, aunque por momentos aparezcan resabios de su sueño incumplido. “Hay algunos que no pude cumplir”, se lamenta entre lágrimas, recordando la imposibilidad de su llegada a Atlético.
Pero más allá de eso, Maidana está agradecido de poder disfrutar una pasión que lo acompañó durante toda su vida. Después de todo, parece haber encontrado en Juventud Unida uno de esos amores que son para siempre. (Producción periodística: Diego Caminos).